domingo, 7 de septiembre de 2008

Algo.. sobre El Pozo de la Soledad

334) Hay algo que la humanidad no pude nunca destruir, a despecho de su irrazonable deseo de destrucción, y ese algo es su propio idealismo, esa parte integrante de su mismo ser. Los viejos y los cínicos pueden inventar las guerras, pero los jóvenes y los idealistas son los que pelean y en consecuencia, sobreviven rápidas reacciones, ciegos impulsos que no siempre son comprendidos. Los hombres pueden maldecir mientras matan y, sin embargo, llevar acabo hazañas, sacrificándose a si mismos, dando la vida por otros; los poetas mojaran sus plumas en sangre y, sin embargo, ni aun así escribirán acerca de la muerte, sino de la vida eterna; fuertes y corteses amistades pueden nacer y durar, frente al enemigo y la destrucción. Y tan persistente es esta urgencia de ideal, sobre todas las cosas, en la presencia de un gran desastre, que la humanidad, a pesar de su propensión a destruir la belleza, se ve obligada a esforzase en la creación de nuevas bellezas, nacida del sentido de su propia desolación. (251) La vida ya le había enseñado a Stephen una cosa, y era que nunca debía permitir a los seres humanos sospechar que una criatura los teme. El miedo de uno es el mejor acicate para la agresividad de muchos, por que el primitivo instinto de caza tarda en morir en la especie humana; es preferible enfrentar un mundo hostil que volverle las espaldas aunque sea más que por un momento.

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